Rubén Megía González
Esta misma mañana he ido a por mis primos pequeños al colegio. Como siempre que voy, se me han abalanzado al cuello y me han contado absolutamente todo lo que han estudiado hoy en clase. Que si las tablas de multiplicar, que si la mascota-peluche de clase, que si tal y que si cual. Hoy, al parecer han dado los adjetivos más comunes en inglés relacionándolos con diferentes animales. Entonces, justo después de comentarme lo “fast” que es el leopardo y lo “strong” que es el gorila, mi prima me ha preguntado “¿Y qué tenemos de especial las personas, la inteligencia?”, a lo que mi primo, más mayor, ha respondido “No sé yo…”. La verdad es que igual ellos son un poco pequeños para entenderlo del todo, pero los humanos no estamos donde estamos únicamente por nuestra capacidad cognitiva, sino también por nuestra destreza en la caza.
Aunque la vida moderna y acomodada que llevamos disimula un poco que somos unos potenciales cazadores, nuestros antepasados fueron capaces de recorrer largas distancias sin fatigarse demasiado. Nuestra tenacidad en las persecuciones hacía que nuestras presas, exhaustas, dejasen de correr en algún momento. Y ahí estábamos nosotros, frescos como una rosa, aprovechando ese momento de fatiga para hincarle el diente. Te preguntarás, ¿y qué nos hace de esta forma? La hipótesis más aceptada postulaba que hace unos 2 millones de años, el género Homo adquirió una serie de adaptaciones que facilitaron la cacería, como por ejemplo, el engrandecimiento del músculo del glúteo mayor. Hasta ahora no se había asociado esta adaptación a ningún cambio genético.
Hace 20 años se descubrió la deleción de un exón en el gen CMAH humano que lo diferenciaba del gen CMAH de chimpancé (una de las primeras diferencias que se encontraron entre el genoma humano y de chimpancé) y ahora un nuevo estudio ha determinado que esta deleción podría ser crucial para la reducción de la fatiga en actividades físicas prolongadas. El gen CMAH se encuentra en el cromosoma 6 en humanos y, en chimpancés, da como resultado la síntesis de un glúcido llamado ácido siálico, que se ha relacionado con procesos de inflamación y resistencia a la malaria.
En el nuevo estudio, publicado este mismo mes, se comparó la actividad física de ratones con el gen CMAH humano (CMAH-/-) frente a ratones normales. Tras hacer pasar a los ratones por diferentes pruebas de resistencia, se observó que los ratones CMAH-/- presentaban mayor actividad y resistencia a la fatiga que los ratones normales. Además, los ratones CMAH-/- presentaban mayor número de capilares sanguíneos en el tejido muscular. ¡Estaban ante ratones con mayor capacidad de realizar actividades físicas prolongadas! Pero, ¿quiere decir esto que esta deleción haya dado lugar al mismo cambio en humanos? La respuesta es un no rotundo.
Tendemos a extrapolar todo los experimentos hechos en otros animales a humanos y nos equivocamos sobremanera. Y es que, como me dijo una estudiante de neuroendocrinología que estaba haciendo un estudio de la sexualidad en ratones, “los ratones hembra no nos representan. Ni los machos tampoco a vosotros”. Si bien este descubrimiento es un ligero indicio de que una deleción en el gen CMAH fue la causante de nuestra capacidad para el ejercicio prolongado, no lo podemos determinar con certeza, ya que los ratones tienen diferente fisiología y diferentes ciclos hormonales.
Y bueno, ahora sólo queda ver cómo explico la próxima vez que vea a esas minipersonas que tengo como primos que no somos ni ágiles como una gacela, ni tenemos la visión de un halcón, ni la capacidad de respirar bajo el agua, sino que solo somos unos ingeniosos cazadores que, por casualidades del genoma, son capaces de mantener largos periodos de actividad física.
Espero que nos leamos pronto. ¡Hasta la próxima!
Fuentes:
http://www.sciencemag.org/news/2018/09/broken-gene-may-have-turned-our-ancestors-marathoners-and-helped-humans-conquer-world
http://rspb.royalsocietypublishing.org/content/285/1886/20181656