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Cómo afecta el Sol a nuestros genes

Rubén Megía González

Hace poco, en otro de nuestros posts, os hablaba sobre los efectos de la radiactividad en nuestras células y, más concretamente, en nuestro ADN. Bueno, pues debéis saber que la radiactividad no es el único tipo de radiación que puede alterar nuestro genoma. Constantemente nos vemos bombardeados por otro tipo de radiación que, sobretodo en verano, hace lucir a algunos un tono carmesí en los hombros. Os imagináis de qué estoy hablando, ¿verdad? Nuestro brillante colega, el Sol, no deja de irradiarnos con cierto tipo de radiación, la radiación ultravioleta, que puede dañar nuestro ADN.

 

¿Qué es la radiación ultravioleta?

Como todos sabemos, las estrellas producen cantidades impresionantes de energía y el Sol no iba a ser menos. De hecho, su temperatura en la superficie es de 5505 °C. ¡Imaginaos como debe ser el núcleo! Además, dejando a un lado la energía térmica, el Sol es una importante fuente de luz. Y casualmente la luz es una radiación electromagnética. Pero no te eches las manos a la cabeza. Si bien es cierto que la luz es un tipo de radiación, no significa que todo tipo de luz pueda alterar nuestro ADN.

Las radiaciones electromagnéticas están compuestas por ondas, que pueden ser de mayor o menos longitud de onda, frecuencia o periodo. La luz visible, la que permite que los objetos tengan color, es solo un “trozo” de este conjunto de radiaciones electromagnéticas que comprende las ondas de entre 780 nm (luz roja) a 380 nm (luz violeta). 

¿Y qué hay más allá del espectro de luz visible? Pues en un lado tenemos ondas con longitudes de onda mucho más grandes, como por ejemplo, los infrarrojos o las ondas de radio. Por el otro lado, tenemos las ondas con menor longitud de onda, donde encontramos la luz ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma, a cada cual más peligroso para nuestras células. 

El Sol nos bombardea constantemente con todos estos tipos de ondas, pero, por fortuna, nuestra atmósfera es capaz de retener la mayoría de estas radiaciones dañinas. No es el caso de la radiación ultravioleta.

 

¿Qué tipos de radiación ultravioleta existen?

Clasificamos la radiación ultravioleta en tres tipos, dependiendo de la longitud de onda:

En primer lugar, con longitudes de onda más grandes, tenemos los archiconocidos rayos UVA. Esta radiación se “filtra” muy poco en nuestra atmósfera, por lo que la recibimos en grandes cantidades. Aunque con esta radiación se consigue el bronceado que tanto les gusta a los instagramers, se ha asociado a un mayor envejecimiento celular y a diferentes tipos de cánceres.

En segundo lugar, nos vemos irradiados por los rayos UVB. Esta radiación es absorbida en gran parte por nuestra capa de ozono, por lo que nos llega en baja dosis. Este tipo de radiación es más activa que la radiación UVA y es la causante de la mayoría de cánceres asociados a la exposición solar, así como de las típicas quemaduras solares.

Por último, dentro de las radiaciones ultravioletas, encontramos los rayos UVC, un tipo de radiación altamente peligrosa para los seres vivos. Por fortuna, nuestra atmósfera se encarga de que no nos afecte, absorbiendo completamente este tipo de radiación.

¿Cómo nos afecta esta radiación?

Dejando de lado la radiación UVC, cuyo efecto no podemos observar dada su alta absorción por parte de la atmósfera, la radiación UVB y UVA son capaces de producir daños en nuestro ADN. Generalmente, la radiación UVB produce daños directos en el ADN, mientras que la radiación UVA los produce de forma indirecta.

Daños indirectos en nuestro genoma

Como comentaba, los daños causados por los rayos UVA son indirectos. Realmente, los rayos UVA no suelen afectar al ADN, sino a unas sustancias que conocemos como cromóforos, que habitualmente podemos encontrar en diferentes zonas de nuestro cuerpo, incluido el tejido epitelial. Los cromóforos son, en resumen, sustancias capaces de excitarse al absorber un fotón UV y generar, en última instancia, especies reactivas del oxígeno. Son estas especies reactivas del oxígeno las que dañan activamente el ADN, oxidándolo. Este tipo de daños indirectos también pueden ser causado por radiaciones UVB, pero, puesto que la cantidad de rayos UVB que nos irradia es mínima en comparación con la cantidad de radiación UVA, se asocia normalmente a la segunda.

Daños directos en nuestro genoma

Los daños directos a nuestro genoma se producen cuando el ADN absorbe energía de la radiación UVB y se generan unas estructuras llamadas “dímeros de bases”. Este fenómeno sucede cuando, al recibir radiación UVB, dos bases adyacentes en nuestra secuencia génica (normalmente dos nucleótidos de Timina) establecen una unión covalente e irrompible entre ellas. 

Aunque en algunos casos nuestras células consiguen reparar el ADN de forma correcta y no sufren daños, normalmente no es así y mueren. O, más bien, se “suicidan” con un proceso que llamamos apoptosis y que se desencadena cuando la célula no puede ser reparada. De esta forma, nos encontramos con un “suicidio celular en masa” en nuestro tejido epitelial, que tal vez hayas experimentado tras alguno de tus paseos en la playa. Exacto, se trata de las quemaduras solares

 

Aparición de células cancerosas

La mayoría de las veces nuestras células consiguen reparar el ADN o comenzar un proceso de apoptosis, pero en otras ocasiones no. En algunos casos, si nuestras células reciben daño directo o indirecto a causa de la radiación ultravioleta, pueden convertirse en células cancerosas. Estas células cancerosas, si consiguen escapar de la acción del sistema inmunitario, pueden generar un tumor.

¿Cómo evitar los daños causados por la radiación ultravioleta?

Nuestro cuerpo es sabio y, obviamente, tiene formas de evitar que algo tan común como la radiación proveniente del Sol le cause daños constantes en el ADN. Hablo de los melanocitos, unas células que se encuentran en la piel interponiéndose entre el resto de células y la radiación ultravioleta y que producen una sustancia coloreada que se conoce con el nombre de melanina. Esta sustancia evita el daño al ADN, absorbiendo la radiación UVA y UVB en lugar de los cromóforos.

En la mayoría de ocasiones los melanocitos no son capaces de evitar el daño en nuestra piel, por lo que, de forma sintética, hemos conseguido crear compuestos que les echan una mano. Es el caso de las cremas o sprays solares, productos compuestos por fotoprotectores. Existen muchos tipos de fotoprotectores y podemos separarlos en dos grandes grupos, los filtros químicos y los filtros físicos.

Los filtros químicos funcionan de una forma similar a la melanina; Se trata de compuestos que absorben la radiación ultravioleta, evitando que esta llegue a nuestras moléculas de ADN. Por otro lado, los filtros físicos suelen estar compuestos por sustancias que actúan como “microespejos” que reflejan la radiación solar.

Para concluir de alguna forma este post, os diré que, tal y como explicaba más arriba, la radiación ultravioleta es un tipo de radiación perjudicial para nuestra salud. sin importar la dosis o el tipo de radiación ultravioleta al que nos expongamos. Y no, no se salvan ni aquellos que se someten a sesiones en cámaras de rayos UVA para lograr un imponente bronceado ni los que salen a dar una vuelta de 15 minutos en invierno sin protección solar. Así que, ya sabéis. ¡Aseguraos de estar protegiendo correctamente vuestra piel de la radiación solar! ¡Hasta otra!

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