Rubén Megía, Genética Médica News
Desde hace ya un tiempo, el concepto de biohacking está aumentando en popularidad debido a una serie de noticias sobre el tema que han tenido un gran impacto como por ejemplo la muerte del biohacker Aaron Traywick, fundador y CEO de la empresa Ascendance Biomedical. El pasado año, en octubre, Traywick causó polémica en los medios al inyectarse en público un tratamiento génico experimental que había desarrollado su empresa, con el fin de demostrar su seguridad.
El biohacking es una tendencia científica que nace a partir de un movimiento cultural conocido como transhumanismo. Los adeptos al movimiento transhumanista buscan la transformación y mejora del ser humano mediante el uso de diferentes tecnologías que sumen nuevas capacidades a las que ya posee por sí mismo. Con este movimiento como referente, al igual que un informático puede hackear un sistema electrónico para añadirle funciones para las cuales no está expresamente diseñado, los biohackers modifican el propio cuerpo humano para otorgar diferentes capacidades al organismo. Esta idea fue la que pretendía llevar a cabo hace unos años el activista biohacker Josiah Zayner cuando se inyectó un preparado con la herramienta CRISPR para editar su genoma y mejorar su musculatura.
Si bien es cierto que una de las herramientas que utilizan los biohackers para modificar el cuerpo humano es la ingeniería genética, también se considera biohacker a todo aquel que modifica su cuerpo con diferentes dispositivos electrónicos. Un ejemplo de este segundo tipo de biohacking son los transhumanistas como Lepht, biohacker británica que ha implantado en su cuerpo más de 50 dispositivos subdérmicos.
El biohacking no solo es un concepto transhumanista. Otro pensamiento que se fusiona en esta corriente científica es el de la accesibilidad a la ciencia. Se considera biohacker a toda persona que intenta ofrecer a ciudadanos ajenos a las instituciones científicas instrumentos y métodos para modificarse tanto a sí mismos como a su entorno. Como ejemplo de este tipo de biohackers encontramos a investigadores como Daniel Grajales, Álvaro Jansá y el resto de fundadores de la empresa DIYBIO, el primer grupo de biohacking en España. En una reciente entrevista, Alvaro Jansà y Daniel Grajales definían el biohacking como “sacar la ciencia de los grandes centros de investigación de la Big Pharma, llevarla al garaje y empezar a pensar en nuevas maneras de usarla”. Al igual que el resto de adeptos del movimiento pro-biohacking, el fallecido Traywick también pensaba que la tecnología debe estar al alcance de todos. Y ese es el lema de Ascendance Biomedical: “Hacemos tecnologías biomédicas disponibles para todos”, al igual que el de muchas otras compañías, como la empresa estadounidense The Odin. Esta última empresa ofrece la capacidad de obtener kits de ingeniería genética preparados para utilizarlos en casa.
Actualmente, el biohacking causa cierta controversia en todo el mundo, aunque no tanto por su aspecto transhumanista como por su apoyo a la accesibilidad de los materiales y métodos científicos. Por un lado, encontramos entre los defensores del biohacking a las empresas norteamericanas Ascendance Biomedical, de la cual fue CEO el fallecido Aaron Traywick, o The Odin, fundada por el biohacker Josiah Zayner. Por otro lado, contrarios al biohacking encontramos a muchos otros científicos.
Entre las compañías defensoras de este movimiento científico, Ascendance Biomedical facilita al comprador la participación en los ensayos clínicos de diferentes tratamientos médicos o estéticos basados en la ingeniería genética. Dos ejemplos notorios son su investigación en el tratamiento contra el VIH/SIDA o su terapia para optimizar el metabolismo y la actividad muscular. En el segundo caso, The Odin da acceso a sus clientes a un conjunto de herramientas diversas para modificar genéticamente diferentes organismos, como por ejemplo primers de DNA, plásmidos o CRISPR personalizado.
Un punto a favor respecto al biohacking que defienden estas empresas es que, pese a tener las herramientas necesarias, aquellos que no tienen ningún conocimiento teórico ni procedimental de las técnicas de laboratorio, son incapaces de realizar correctamente sus proyectos. Para comprobar esta realidad, John Cohen, uno de los reporteros de la revista Science, decidió realizar un experimento: seguir las instrucciones de un investigador postdoctoral para modificar un plásmido mediante la técnica CRISPR-Cas9. El resultado de Cohen fue un fracaso, mientras que el experimento control realizado por su instructor funcionó perfectamente. El problema fue que Cohen, al no tener la experiencia y conocimientos necesarios, no fue capaz de realizar correctamente la técnica. Este experimento podría apoyar la idea del biohacking de proporcionar los materiales a todo el mundo, ya que únicamente aquellos que realmente conozcan las técnicas y las hayan llevado a cabo serán capaces de finalizar sus proyectos de forma correcta. Como el mismo Cohen afirma: “He aprendido que no cualquier idiota puede realizar el CRISPR: se necesita, como mínimo, habilidades básicas de laboratorio”.
Contrarios a estos argumentos, muchos científicos apuestan por que la ciencia se mantenga en manos de aquellas entidades conocedores de los cuidados y precauciones necesarios para la correcta realización de una investigación. Por ejemplo, Lluís Montoliu, doctor en Biología e investigador científico del CSIC y del Centro de Investigación Biomédica en Red en Enfermedades Raras, nos hablaba del biohacking como “una moda que genera un terrible ruido mediático”. Según Montoliu, “Es necesario usar el sentido común. Esto no son técnicas que uno pueda hacer en el garaje. Hay que hacerlas con una responsabilidad. Se ha de intentar adaptar la legislación para que la utilización de estas tecnologías esté reglada y todo el mundo sepa a qué atenerse”.
Los dos puntos de vista se unifican en casos específicos como los de Dana Lewis o John Costik. En estos casos, los “biohackers” han conseguido desarrollar en sus propias casas tecnologías que han ayudado a mejorar la calidad de vida de muchos pacientes. John Costik, un ingeniero de software neoyorkino, ha desarrollado un método para monitorizar la glucosa en sangre de su hijo enfermo de diabetes tipo 1. Desde que diagnosticaron a su hijo Evan a los cuatro años, la vida de Costik y su pareja era “una pesadilla estando despiertos”. Su preocupación disminuyó cuando se puso a la venta el sensor continuo de glucosa Dexcom G4, un sensor subdérmico capaz de monitorizar cada 5 minutos en un dispositivo la glucosa en sangre del pequeño Evan. Aun así, esta tecnología tenía sus limitaciones en cuanto a la supervisión cuando el niño no estaba en casa, así que Costik desarrolló una forma de poder monitorizar la glucosa en sangre de Evan desde su teléfono. De esta forma, la pareja era capaz de saber el nivel de glucosa en sangre de su hijo a kilómetros de distancia. No contento con esto, consiguió que su móvil notificase los momentos en los que Evan tenía poca glucosa en sangre y ofreció el código utilizado al resto de usuarios de Dexcom G4. Uno de estos usuarios, Dana Lewis, tuvo una idea fruto de ser despertada repetidas veces en la noche por las notificaciones en su teléfono: conectar la aplicación desarrollada por Costik a su bomba de insulina para que funcionase automáticamente en respuesta a los niveles de glucosa en sangre, como un páncreas. Lewis, junto a su marido, Scott Leibrand consiguieron crear una bomba que, conectada al dispositivo Dexcom G4 y a un ordenador portátil, determinaba la cantidad de insulina necesaria para regular los niveles de glucosa en sangre y la bombeaba al torrente sanguíneo. Casos como estos han favorecido que el biohacking se haya desarrollado exponencialmente en los últimos años, pese a que esta corriente científica ya existía a finales de los noventa.
En resumen, es obvio que el movimiento del biohacking es capaz de abrir las puertas a una cantidad impresionante de nuevos tratamientos experimentales, pero de este movimiento al “libre albedrío científico” hay solo un paso y tanto quienes están a favor como aquellos en contra son conscientes de ello. De hecho, algunos de los que más activamente defendieron el biohacking ya lo consideran un error, como ha sucedido con el fundador de la empresa “The Odin”, Josiah Zayner. Meses después de su “debut” como biohacker y tras observar la repercusión que sus acciones tuvieron sobre el público, confesó que se arrepentía. “Alguien se va a hacer daño”- declaró Zayner en una de sus entrevistas, admitiendo que es preciso tener conocimientos y control sanitario para aplicar este tipo de técnicas de bioingeniería en humanos.
Es necesaria, por tanto, cierta reflexión sobre cuál es el límite para la modificación del cuerpo humano. Es igualmente precisa la generación de una legislación que minimice los daños que puedan causar este tipo de prácticas.